La polilla del olivo, conocida como “prais”, cuyo nombre científico es  Prays oleae, se considera una de las principales plagas del olivar en el área mediterránea. Se trata de una pequeña mariposa de color gris plateado, de poco más de medio centímetro de longitud, y que presenta tres generaciones durante el año: Entre el otoño  y el inicio de la primavera, una primera generación se alimenta de las hojas; seguidamente, durante la floración, una segunda generación ataca a las flores, para finalmente, una tercera atacar a las aceitunas durante el verano. De las tres, las que afectan a la flor y especialmente, al fruto, son las consideradas perjudiciales. Las pérdidas durante la floración no se conocen con precisión, debido a la variación de la densidad  de floración del olivo de unos años a otros, y a que solo un muy bajo porcentaje de flores llega a producir frutos (entre el 2% y el 3%).

No obstante, las pérdidas causadas durante la fructificación han sido mejor cuantificadas, llegando a representar el 50%-65% de la producción potencial. Esta suele  tener lugar entre mediados de junio y primeros de agosto, periodo en el que las hembras ponen huevos en los frutos recién formados, y a los pocos días las larvas penetran en lo que será el futuro hueso, donde obtendrán su alimento hasta el final del verano. Dado que esta penetración comienza a partir de  mediados de junio, tradicionalmente se la ha responsabilizado de la llamada “caída de S. Juan”, aunque estudios recientes apuntan a que esta caída se deba a causas naturales, modulada por la propia fisiología del  olivo. A esta afirmación se puede llegar intuitivamente, pues carece de sentido biológico que la larva provoque la caída de la aceituna de la que va a obtener su sustento, y que le va a permitir su desarrollo. Una vez completado su desarrollo a finales de verano, las larvas desarrolladas y mucho más voluminosas, abandonan los frutos y –ahora sí- provocan su caída irremediablemente. Es la llamada “caída de S. Miguel” y que es debida exclusivamente a prais. Todas y cada una de las aceitunas que hayan presentado al menos un huevo desde su formación, se desprenden del árbol antes de finalizar el otoño -si no hay nada que lo impida-. La gravedad del ataque depende de la proporción de frutos afectados, y como dato significativo sirva considerar que un periodo de 40 años (1970-2010) en la mayor parte (34 años) se superó el valor medio de un huevo por aceituna, lo que habría supuesto la caída del 100% del fruto. ¿Cuál es por tanto la razón de que con estos datos, exista aceite de oliva? Sin duda, se debe a unos aliados desconocidos, las “crisopas”, insectos depredadores capaces de reducir la proporción media de huevos en fruto a valores muy por debajo del 30% de su número original. De esto se desprende la necesidad de fomentar el aumento de la población de estos insectos beneficiosos en los olivares, para lo que se recomienda mantener una cubierta vegetal herbácea, y evitar la aplicación de insecticidas químicos, al menos durante el periodo junio-agosto, en el que tiene lugar su actividad depredadora. Las consecuencias son contundentes: Directamente se evitan anormalmente altas pérdidas de fruto (caída de S. Miguel), e indirectamente supone un importante ahorro económico.

Las crisopas, también conocidas como “moscas de los ojos de oro”, principales aliadas del agricultor.
La larva de la crisopa es la responsable de la depredación de huevos de prais.
Vista superior del cáliz de una aceituna, en la que se indican mediante flechas el aspecto de los huevos vivos, recién puestos por prais (flechas verdes) y de los huevos depredados por las crisopas (flechas blancas).

 

Ramón González Ruiz
Profesor Titular de universidad
Departamento de Biología Animal, Vegetal y Ecología.
Área de Zoología